El secreto del Carmelo y su felicidad consiste en tender directamente a Dios, contemplarlo y amarlo. Es una necesidad de recogimiento y silencio, de estar a los pies del Señor y de mirarlo.
Un silencio en el que el coloquio amoroso con Dios es continuo, con la conciencia de que la Trinidad mora en el centro del alma. Así los momentos fuertes de oración se viven en atención amorosa a Dios que vive dentro de nosotros.
Tenemos el ejemplo de la Virgen María. Entre sus virtudes características que deben marcar la vida de la carmelita descalza y que son la base de su relación con Dios, se menciona la oración y contemplación que en María son actitudes permanentes, la meditación de la escritura, la memoria de las maravillas de Dios, de atenta comunión de los misterios de su Hijo, de ferviente intercesión por la salvación de todos los hombres.
Nuestra Madre Teresa de Jesús, alma contemplativa, se propuso aliviar cuanto estuviera en su mano las dolencias del cuerpo místico dedicándose a vivir ella misma y a procurar que sus hijas vivieran con plena generosidad y entrega la intimidad con el Señor. ¡Quién podrá decir lo que la Iglesia – y a través de ella el mundo – debe a aquella magnánima aportación de plegaria silenciosa y amante! ¡Cuánta salud y cuanta caridad y alegría habrán esparcido en la sociedad humana aquellos palomarcitos afanosamente edificados por nuestra Madre Sta. Teresa y por otras almas enamoradas de la Iglesia!