La santa Madre Santa Teresa de Jesús, impulsada por el celo de la gloria de Dios, fue progresivamente guiada por Cristo hacia la comprensión y la vivencia de la Iglesia de su tiempo, empeñada en los trabajos de la Reforma, herida por el desgarro de la unidad, y apremiada por la evangelización de nuevas tierras. Queriendo ayudar a su Señor y contribuir al bien de las almas, la santa Madre expresó, con indudable originalidad carismática, el valor de la santidad evangélica y de la oración para la edificación y el crecimiento del Cuerpo de Cristo. Así fundó el monasterio de San José, para vivir juntamente con sus hijas un fuerte compromiso de perfección cristiana, y para ser tales, que alcanzaran de Dios cuanto pidieran en su ardiente intercesión por su Iglesia.
La santa Madre transmitió a sus hijas su propio espíritu apostólico, deseando que se aficionaran al bien de las almas y al aumento de la Iglesia, signo evidente de la verdadera perfección. Por eso, les encomendó el servicio eclesial de la oración y de la inmolación, como finalidad de la vocación con que el Señor mismo las había reunido en el Carmelo
La vocación de las Carmelitas Descalzas es esencialmente eclesial y apostólico. El apostolado al que santa Teresa de Jesús quiso que se dedicaran sus hijas, es puramente contemplativo, y consiste en la oración y la inmolación con la Iglesia y por la Iglesia, excluyendo toda forma de apostolado activo.
Unidas a la intercesión y al sacrificio de Cristo, ofreciéndose todas juntas a Dios, completan lo que falta a los sufrimientos del Señor. En favor de su Cuerpo místico. De este modo, se abren a la acción del Espíritu Santo, que guía y vivifica a la Iglesia y tienden a alcanzar ese puro y solitario amor, que es más precioso delante de Dios y de más provecho para la Iglesia que otras obras juntas.
Iluminados por el testimonio de Santa Teresa del Niño Jesús, Patrona de las misiones, todos los Carmelos procurarán fomentar el ideal misionero, que debe animar su vida contemplativa. En especial, rezarán por los heraldos del evangelio y el aumento de las vocaciones, por la unidad de los cristianos y la evangelización de los pueblos, a fin de que todos se abran al mensaje de Cristo.
Conservando fielmente el espíritu contemplativo y las exigencias de la vida comunitaria, y salvando las normas de la clausura, los monasterios podrán ofrecer a quienes lo solicitaren, espacios y ayuda para orar, para propiciar así la búsqueda de Dios y la profundización de la fe en la soledad, mediante la meditación y la participación en las celebraciones litúrgicas, excluyendo, sin embargo, toda forma de apostolado activo.
De esa forma, abrazando en Cristo los cielos y la tierra, y solidarias con la misión universal de la Iglesia, las religiosas presentan al Padre en la oración los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de la humanidad presente, especialmente de los pobres y de los que sufren.
Los institutos totalmente dedicados a la vida contemplativa, en la soledad de la clausura, ocupan un puesto preeminente en el Cuerpo místico de Cristo, ofrecen a Dios un excelente sacrificio de alabanza, enriquecen al pueblo de Dios con frutos espléndidos de santidad, lo arrastran con su ejemplo, y lo dilatan con una misteriosa fecundidad apostólica.